EL NÚMERO 11
EL NÚMERO 11
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Junio de 1979
-¿Qué tenemos jefe?-preguntó observando las libretas sobre el escritorio-
-Tenemos treinta y tres cuerpos, hombres jóvenes de entre catorce y veintiún años, muerte por
estrangulamiento y asfixia.
-Abuso sexual y tortura, nueve cuerpos sin identificar. Presunto culpable detenido -dijo leyendo una
de las libretas que tomó bajo la atenta mirada del hombre sentado en el escritorio- nunca vi nada igual
-Y espero no volver a hacerlo -agregó el jefe con un suspiró mirando la lista en su mano- hoy trabajaremos con
uno de los cuerpos sin identificar, avísale al equipo -dijo levantándose del escritorio y tendiéndole
la lista- Debemos descubrir quién era este joven, que fue de él en sus últimas cuarenta y ocho horas de
vida y dónde está su familia.
-Diecisiete años, el número once -leyó el nombre en rojo-
Viernes 6 de agosto de 1976, Ilinois Chicago
Un cálido viento soplaba aquel día de verano, un joven admiraba su reflejo en la ventana de una tienda de
empeños mientras que trataba de acomodar sin éxito los rebeldes mechones rubios de pelo que caían
por su frente, fue distraído por el tintineo de una campana que anunciaba que alguien había salido de la tienda
y era su turno de entrar, limpio el sudor que de la nada llegó a sus manos y entró. Fue recibido por un señor de
avanzada edad y dulce mirada, era la cuarta vez que visitaba la tienda anhelando llevarse el bonito reloj en la
vitrina. Como todas las veces anteriores, aún no tenía el dinero suficiente, de igual forma pasaba a verlo y
soñar con el momento donde lo tendría en sus manos, desde que lo vio cayó encantado por él y sabía que a quien
tenía pensado dárselo también lo amaría, a pesar de que le había dicho que era algo innecesario, su padre hace
poco había regresado de un largo viaje de trabajo y quería demostrarle cuanto lo extraño por medio de un presente.
El señor de la tienda miró con pena al joven que observaba el reloj sin querer decirle que el lunes pasarían por él
si no lo compraba en ese momento. La campanilla volvió a sonar, un corpulento hombre de gran sonrisa y ojos
fríos, que por un momento pareció algo familiar, se acercó al muchacho de cabello dorado ofreciendo pagar el
dinero restante del reloj a cambio de la reparación de una cerca en su casa, si bien al inicio el muchacho se resistió
a tal oferta, al oír al anciano decir que esta era su última oportunidad de adquirirlo aceptó sin dudas, después de
todo, era solo reparar una cerca, en un par de horas estaría fuera de la casa de aquel extraño, o eso creía.
Una franja anaranjada en el horizonte indicaba el paso a una nueva noche en Chicago, Jay Brown que resultaba
ser el nombre del joven de dorado cabello, guardaba el tarro de pintura roja, después de una larga tarde pintando
la cerca del que creía un simpático señor que tenía una fijación con los payasos, pues este tenía su casa llena de la
imagen de ellos, incluso tenía el traje de uno, después de una amena plática, John, el robusto señor de gran sonrisa,
estuvo toda la tarde sentado frente a él bebiendo un refresco mientras le contaba un par de historias y le hacia otro
par de preguntas, así descubriendo que el muchacho vivía a una cuantas calles de ahí, con sus padres y sus dos
hermanos, siendo él el menor de todos. Con algo de timidez Jay se acercó a John para informarle que regresaría a
casa, este solo lo observo un par de segundo para luego asentir con la cabeza y ponerse de pie frente al muchacho
que solo debía medir un par de centímetros más, un extraño escalofrío recorrió la espina dorsal del de cabellos
rubios y por un momento su mente viajó a un extraño hombre en la esquina de la tienda de empeños, se apresuró a
despedirse, y emprendió rumbo a pasos rápidos a su hogar, seguramente todos estarían preocupados por su
desaparición durante todo el día, sonrió un poco cuando al meter sus manos en el bolsillo se topó con la fría caja
del reloj.
Estaba a una calle de su casa cuando un auto se detuvo a su costado, con confusión a presión la cara de él hombre
del cual se había despedido hace unos minutos y ahora lo tenía enfrente de nuevo. Lo que siguió pasó demasiado
rápido, golpes, forcejeo, intentos de gritos, y oscuridad, el rechinar de las llantas contra el cemento, junto a una
maltratada cajita en el suelo.
Mechones rubios tapaban su vista, trato de moverse pero el dolor lo invadió, el mundo daba vueltas, sus muñecas
ardían y su estómago estaba revuelto, su corazón se aceleró cuando logro ver algo y no reconoció donde estaba,
había una mesita y cerca un puerta, sus ojos se nublaron cuando divisó un montón de artículos que solo había visto
en algunas revistas para adultos, y más allá una peluca con muchos colores, el desespero llegó a su cuerpo, quiso
gritar por ayuda pero algo le impedía hacerlo, una fina tela rosa con aroma a frutas que parecía ser una prenda
íntima femenina ahogaba sus lamentos, el mundo se le vino encima cuando la puerta se abrió, un nauseabundo
aroma llegó a su nariz y sus ojos se toparon con una fría mirada, y lo supo, no sabía cuánto llevaba en ese lugar,
pero sí sabía que no saldría, que la preocupación de su madre por no estar en casa durante todo el día no se iría,
que no se graduaría, que ni siquiera tendría la oportunidad de intentar convertir toda esa situación en un amargo
recuerdo, el reloj no sería entregado y solo se quedaría como la etiqueta del precio de su vida, su vida valía lo que
valía un reloj de la tienda de empeños. Lágrimas calientes recorrieron su rostro y el resto de las horas fueron
eternas, ni siquiera era realmente consciente de si habían pasado horas, días, semanas, o años, el sufrimiento era
eterno, estaba cansado de llorar, de gritar, su cuerpo ardía y sus sienes palpitaban, con pocas fuerzas volteo su
rostro y lo vio venir, la muerte danzaba entre risas y miradas de satisfacción con orgullo a su alrededor, envolvía
su cuello y lo hacía querer luchar por vivir cuando lo único que esperaba era que todo se acabara para él. Y se
terminó, ya no había nada, ni horas eternas, ni dolor.
Martes 17 de agosto de 1976, Ilinois Chicago
Jay Brown, 17 años, desaparecido, si alguien lo ve por favor dar aviso, su familia espera angustiada su regreso.
Septiembre de 1979
-El número once, ya puede tacharlo jefe -dijo sonriente entrando al despacho-
-¿Tienes un nombre? -preguntó incorporándose rápidamente-
- Lo tenemos jefe, Jay Brown, diecisiete años desaparecido en agosto de 1976 después de comprar un reloj en
una tienda de empeños, el reloj fue encontrado a una calle de su casa, lo había visto con su padre quien lo
reconoció, y el vendedor confirmo la compra, además afirmó que el chico se fue con un hombre, dio una
descripción que encaja con Wayne.
-¿Algo más? -soltó con felicidad -
- John Wayne y la víctima vivían relativamente cerca, los padres del joven no se han cambiado de
dirección -sonrió-
-Vamos entonces -sonrió de vuelta poniéndose de pie-
La victima de esta narración es un personaje ficticio basado en los antecedentes del caso y forma de
operar del asesino, creado con el fin de tener mas cercanía con las vivencias de las victimas reales.
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